jueves, 14 de agosto de 2008

UNA AVENTURA CON MI NIETO

Autor: D. Luis Martín Martín
Tercer Premio en el Concurso de Relatos: “Una aventura con mi niet@”
Organizado por el Área de Igualdad de la Diputación de Cádiz

© Diputación provincial de Cádiz - Junio 2009

AMOR Y NATURALEZA


Existen momentos en la vida de las personas en que protagonizamos hechos a los que no damos importancia, pues estimamos que se encuadran de una forma sencilla en la rutina y el hacer del día a día, pero que en el fondo tienen un significado especial y solo los apreciamos cuando con el paso del tiempo los recordamos, los analizamos, y caemos en la cuenta de que aquellos hechos han dejado un poso en nuestra mente y en nuestro corazón que vale la pena hacerlos aflorar, de nuevo, como algo vivo, que nos hacen volver a vivir momentos de felicidad que nos estimulan y rejuvenecen. Nuestra vida es una superposición de planos, pudiendo desplegar uno a uno para, si lo deseamos, poder recrearnos en ellos cuando nuestro corazón nos lo demanda.

Es precisamente ahora, por un motivo especial, que vuelvo a vivir un recuerdo lleno de sentimiento y que me llena el espíritu por el cariño que yo sentí al compartir momentos de gran emotividad con alguien a quien yo quería de verdad, como era mi primer nieto, que desde que llegó al seno de la familia, me hizo sentir y valorar la vida con más autenticidad y de una forma más generosa. Sucedía este hecho -que en estos momentos quiero transcribir como un relato con todas sus connotaciones, tanto sociológicas, psicológicas y humanas- cuando mi nieto tenía una bonita edad, y a la vez complicada, por estar inmerso en esas connotaciones que acabo de enumerar. Estaba entrando en la adolescencia, una edad en la que se empieza a forjar la personalidad y formar el carácter de las personas y que se manifiesta con grandes dosis de curiosidad y deseos de saber, y sobre todo, saber cosas que no pueden aprenderse en la escuela, como es la irrupción en la vida de los adultos, con los que se intenta compartir secretos y experiencias pretendiendo imitarles para poder sentirse mayor e importante. Esta es la presentación que puedo hacer de mi nieto en aquellos momentos, cuyo carácter y personalidad irán marcando la exposición de un día de aventura cuyo principal protagonista no puede ser otro que él mismo.

Sigo presentando a mi nieto diciendo que, a pesar de su corta edad, estaba acusando ya una marcada personalidad, mostrando unas ideas muy claras sobre lo que él consideraba bueno y positivo, así como lo que estimaba que no fuese en esa línea quedaba fuera de su atención. Una de las cosas que él deseaba era compartir sus opiniones, puntos de vista, razonar las cosas para que pudieran ayudarle a discernir para aceptar lo positivo de los mensajes con la persona en la que él creía, que era su abuelo. Debemos admitir que en esas edades jóvenes, es muy natural que se idealice a las personas con las que se convive y de las que se recibe atención y cariño, y aunque tenga un fondo egoísta, que encontramos en muchos jóvenes, solemos emplear una frase que dice que “ven por los ojos de sus padres o sus abuelos”. Es un razonamiento para justificar que deseaba disponer de todo un día para componer y realizar un programa que abarcase todo lo que a él le apetecía compartir con su abuelo, en la seguridad de que sería un día que quedaría grabado en su memoria como una aventura que después relataría, primero a sus padres y después a todos sus amigos con los que tanto hablaba de la relación con su abuelo, asegurándoles que le consideraba su mejor amigo.

No es corriente que un adolescente pensase así, pero como ya he referido, era un muchacho despierto y muy avanzado para su edad, con personalidad y capacidad para analizar muchas de las situaciones de la vida, situaciones que nos llegan a través de la sociedad, y ante las cuales, en muchos casos hay que adoptar una postura y expresar una meditada opinión. Y estaba claro que mi nieto apuntaba esas maneras.


Algo importante que había aprendido era a amar la Naturaleza, pues yo se lo inculqué y compartía conmigo ese deseo de integrarnos y fundirnos con ese mundo de lo natural, y como todavía no le había dicho donde planeaba que habríamos de ir, decidí darle una sorpresa. Tenía un ligero pero grato recuerdo de un lugar que solo pude conocer de forma causal y rápida, pero que me impresionó sobremanera, prometiéndome a mí mismo volver, ya que lo consideré como una joya de la Naturaleza. Se trataba de lo que se ha denominado “Vía Verde”, un lugar que está enclavado en las provincias de Cádiz y Sevilla, y que se reparte entre los pueblos siguientes: Olvera y Puerto Serrano de Cádiz; El Coronil, Montellano, Coripe y Pruna, de Sevilla.

Se trata de un proyecto de ferrocarril que pretendía unir Jerez de la Frontera con Almargen, pasando por los pueblos que acabamos de citar. Se proyectó este ferrocarril en 1887, iniciándose su construcción en 1926. Es un recorrido de 36 Km. Hay 30 túneles, uno de ellos de 990 m., varios viaductos y el resto de infraestructuras con los edificios que albergaban todas las estaciones. Pero las circunstancias, tanto políticas como económicas, de aquellos años no permitieron acabar el proyecto, quedando a merced de lo que los habitantes de la comarca quisieran hacer de ello. Como caso insólito, lo respetaron y mantuvieron en toda su integridad hasta el momento en que personas con visión y amantes de lo natural, decidieron convertirlo en un atractivo lugar para hacer senderismo y turismo rural, que tanta aceptación y demanda tiene en estos momentos. Acertadamente está dispuesto que para moverse por sus caminos y sus senderos, solo se pueda hacer a caballo, en bicicleta o a pié. No se permiten vehículos a motor para no contaminar y poder conservarlo y recrearse con la Naturaleza.

Cuando le hice partícipe de mi proyecto, su reacción fue tal, que no soy capaz de describir su expresión, su alegría, sus gestos, y mucho menos los sentimientos que yo veía aflorar de su corazón a sus ojos, que quería transmitir con su sincera, pura y noble mirada llena de agradecimiento y de cariño.

Para mí, el inicio, mejor dicho, solo el proyecto de disfrutar de ese día en el campo, hizo que desde ese instante lo considerase como una aventura que mentalmente contenía un inmenso valor, ese valor que encierra al hombre dentro de una serie de deseos, de experiencias llenas de intensidad y le hace desear al mismo tiempo comunicarlo a los demás para compartir esa alegría y con ello hacerlos felices, aunque solamente sea por unos instantes, los instantes que dura esa mutación que nos transporta a un mundo de fantasía, dejando a un lado la arquitectura a que está sometido el hombre en esta absurda e hipócrita sociedad materializada y globalizada.

Desde aquel momento, a Nacho, que así se llama mi nieto, le entró una prisa y una especie de nerviosismo, que no podía hablar de otra cosa si no era poner fecha al día de salida y pensar en el transporte hasta el lugar. Como yo conocía su amor por los coches, le sugerí ir los dos con mi coche, y no me equivoqué pensando que era lo que le estaba apeteciendo, y sino se lo ofrezco él me lo habría pedido.

Llegó el día y la hora de la salida. Temprano, una mañana de primavera, luminosa y con un sol radiante, el sol de Andalucía, que ya presagiaba lo que iba a ser nuestra visita, nuestro recorrido por lugares unas veces escarpados, otras frondosos, que con la presencia de sol y sin excesivo calor, yo estaba seguro iba a resaltar la belleza de lo natural para elevarlo al límite de la sensibilidad humana. Como yo tenía estudiado el itinerario para llegar, nos pusimos en camino, y apenas iniciamos la marcha, no pude olvidar la expresión y sus miradas de complicidad así como sus deseos de hablar, lo mismo que yo sentía, para comenzar a disfrutar de nuestra mutua compañía en lo que se presentaba como una gran aventura compartida.

Rompió ese contenido silencio intentando saber cosas de mí, haciendo quizás inconscientemente una comparación de su vida de niño-adolescente con la misma época de mi vida y me preguntó. Abuelo, ¿qué hacías tú y cómo vivías cuando tenías mi edad?

Me hubiese gustado satisfacer su sana curiosidad, pero eso hubiera sido acaparar el tiempo y el contenido de lo que iba a significar ese maravilloso día y me limité a responderle: Mira Nacho, aunque me gusta que te interese conocer más cosas de mi vida, solo puedo decirte que no comprenderías muchas de ellas, muchos detalles de cómo era la vida de los jóvenes como tú en mi época. Era muy complicada, y tú ahora, con tu situación tal y como se desarrolla tu vida, no entenderías lo que fue una guerra civil y los sufrimientos de los que sobrevivimos al espanto de esa guerra durante los años que duró y aún después de que acabase. No entenderías que pasábamos hambre y que desde una edad menor de la que tú tienes, muchos niños tuviésemos que trabajar para ayudar a sobrevivir a la familia, sin saber lo que era un juguete, un capricho, hasta sin poder ir a la escuela para aprender al menos a leer y escribir. Y no quiero seguir, pues podía llegar a hacerte sufrir por cosas de mi vida que me propuse olvidar, y no quiero recordarlas. Prefiero que hablemos de cosas tuyas que siempre me interesan muchísimo y nos centremos en lo que vamos a hacer hoy. Así lo comprendió y lo hizo, y aunque hablamos de cosas intranscendentes, para mí eran importantes y la conversación fue lo suficientemente amena como para distraernos y que el viaje se nos hiciese más corto.

Yo sabía que el recorrido de la “VIA VERDE” comenzaba en Olvera y finalizaba en Puerto Serrano, o viceversa, por cuanto decidí llegar a Olvera, y dejar el vehículo en el parking y allí mismo alquilar dos caballos para hacer el recorrido recomendado, pues yo no tenía edad para hacerlo a pié o en bicicleta. Le encantó a Nacho la decisión, pues como yo ya conocía, una de sus debilidades es montar a caballo, a lo que le había aficionado su padre desde niño, demostrando ser un buen jinete. Pero aún hicimos más. Pensando en alargar el tiempo, que era nuestro tiempo para disfrutarlo juntos, le propuse alquilar una habitación en la preciosa casa rural en que han convertido la estación de Olvera, con un magnífico restaurante, y pasar esa noche durmiendo en un lugar en el campo, donde el aire transmite pureza y uno toma oxígeno para contrarrestar el ambiente cargado de la ciudad.

A medida que nos íbamos adentrando en la ruta, un rosario de túneles vigilados por las cuencas de los ríos Guadalporcún y Guadamanil nos condujeron entre fincas y olivares hasta el parque estrella de la Vía Verde: La reserva natural del Peñón de Zaframagón, una de las mayores colonias de buitres leonados de Europa.

Sin apenas darnos cuenta, observamos que un grupo de cuatro personas también a caballo, se acercaba a nosotros y comprobamos que se trataba de una familia; un matrimonio con una joven y el guía que les acompañaba, también a caballo. Con una gran cordialidad nos saludaron y se presentaron, y al comprobar que nosotros íbamos solos los dos, nos invitaron a formar un solo grupo y así podríamos participar de las explicaciones y enseñanzas del guía que nos haría conocer todo lo que ofrece ese pequeño paraíso y conseguir el objetivo que principalmente a mi me movió a recorrerlo.

El guía, que además de instruirnos sobre todo lo que íbamos viendo, con su innata amabilidad y conocimientos, enseguida se convirtió en nuestro consejero, protector y maestro, intentando que todo lo que nos explicaba nos entrase por los sentidos para que lo recordásemos siempre, y siempre disfrutásemos como lo estábamos haciendo en aquellos momentos. Tras dejar atrás la estación de Navalagrulla, nos invitó a descabalgar en un área recreativa que se denomina “Colada de Morón”, paraje estrella de la “Vía Verde”, con la reserva natural del “Peñón de Zaframagón”.

Allí se prodigaron los saludos, e inmediatamente aprecié que en Nacho se despertó la curiosidad y el deseo de conocer a la joven, con la que en segundos entabló conversación, y como yo tuve la discreción de no acercarme demasiado, fue él, cuando estuvimos solos, quien me reprodujo el bonito diálogo que comenzó de esa forma casual que he referido, y que continuó cada vez con más interés, pues una de las características de la juventud, es la de la fácil comunicación.

Ella se llama Ana María, me dijo, tiene mi misma edad, y por tanto está en el mismo nivel de estudios que yo, con lo cual ya teníamos muchas cosas en común y de qué hablar. Inmediatamente hicimos un amplio comentario de nuestras preferencias y dificultades en cuanto a nuestras comunes materias de estudios, llegando a la conclusión de que ambos estábamos ilusionados con terminar y superar esa etapa para iniciar la fase que iba a ser lo más importante de nuestras vidas, que era acceder a la universidad y conseguir hacer una carrera.

Quiero dejar a Nacho en ese ilusionante momento compartiendo muchas cosas personales con la joven Ana María, para ocuparme también del resto de personas que formábamos aquella reducida expedición. El lugar donde paramos para hacer ese necesario descanso en el largo camino estaba dotado de todo lo necesario para descansar y tomar fuerzas con ese tan ya deseado refrigerio, como digo al principio, complemento de vivir una jornada en plena Naturaleza.

Los padres de Ana María, eran unas personas muy comunicativas, deseosas como yo, de entablar una conversación, y que de forma espontánea fluían las palabras y los temas que cada instante nos acercaban más, por coincidir en nosotros una formación, una educación y unos conocimientos, que nos hacían analizar y valorar opiniones, unas veces coincidentes y otras no completamente, pero siempre de forma constructiva nos hacían valorar, aunque fuera inconscientemente, la libertad de pensamiento y expresión que debe presidir nuestra aportación a la sociedad y a la vida.

Compartimos nuestras mutuas viandas, haciendo partícipe de todo a nuestro improvisado maestro, el guía, y volvimos a nuestras cabalgaduras para seguir recorriendo el resto del camino que habíamos iniciado en la estación de Olvera y debía terminar en la estación de Puerto Serrano, donde llegamos a la hora de tomar una ligera merienda, café con tostadas y aceite de la tierra, e iniciamos el regreso a la estación de Olvera donde cenaríamos y pasaríamos la noche en aquellas estupendas habitaciones de la reconvertida estación en casa rural.

Durante el camino de regreso, Nacho y Ana María se mantuvieron con sus cabalgaduras a la par de forma que no cesaron de conversar, lo que me hizo pensar que había una mutua atracción y se estaba fraguando una bonita relación entre ambos, y sin hacer ningún comentario, tanto sus padres como yo, así lo entendimos.

Llegamos a nuestro lugar de origen, y una vez entregados los caballos supe que habíamos coincidido con los padres de Ana María reservando habitación en la Casa Rural y decidimos, antes de que fuese hora de cenar, celebrar nuestro encuentro tomando un refresco en el bar. A los jóvenes les pareció muy bien, pues entendimos que deseaban prolongar su charla, y lo hicieron sentándose separados de nosotros los mayores.

Y así terminó aquel inesperado y providencial encuentro. Y digo providencial porque lo que habíamos proyectado como una pequeña aventura, fue el inicio de otra de mucho más calado, que fue el encuentro de esos dos jóvenes que, dentro de su corta edad, sintieron más que una mutua atracción, pues así me lo confesó Nacho cuando fuimos a la habitación y nos quedamos solos. Nunca se me borró su imagen de felicidad que transmitía y contagiaba aun a pesar de la diferencia abismal entre nuestras edades. Y he de finalizar aquí este corto relato, con la pena de no seguir para contar lo que aconteció después, que sería, con toda justicia, una verdadera historia de amor.

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